“El amor me dijo, no hay nada
que no sea yo.
Guarda silencio.
La gente quiere que seas
feliz. ¡No sigas
sirviéndoles tu dolor!
Si pudieras desatar tus alas
y liberar tu alma
de los celos, tú y todos los que te rodean volarían como
palomas.
No soy cristiano ni judío ni
musulmán, ni
hindú, ni budista, ni sufí ni zen.
No soy ninguna religión ni
sistema cultural.
No soy de oriente ni de
occidente, no soy del
océano ni de la tierra, no soy natural ni etéreo,
no
estoy compuesto de elementos en absoluto.
No existo,
no soy una entidad en este
mundo ni en el
próximo,
no desciendo de Adán y Eva ni de ninguna
historia de
origen.
Mi lugar es lo sin lugar, un
rastro de lo sin
rastro.
Ni cuerpo ni alma.
Pertenezco al amado, he visto
los dos mundos
como uno solo y ese único llamado y conozco,
primero, último,
exterior, interior,
solo ese ser humano que
respira aliento.
Esta noche,
veo el reino de la alegría y
el placer.
Me he perdido en él
y él se ha perdido en mí:
No hay religión,
No hay dogma,
No hay conformidad,
No hay culpa,
No hay vergüenza,
No hay miedo,
No hay convicción,
No hay incertidumbre.
En medio de mi corazón,
aparece una estrella,
y los cielos se pierden en su brillo”.
~Rumi, Maestro del Sufismo y del Islam,
siglo XIII E.C.