El Amor
es una vía espiritual, y
amar puede ser una experiencia espiritual, no solamente emocional, o física. Lo
es cuando implica sobre todo una entrega, un altruismo, un no egoísmo, en vez
de un deseo de posesión o de ser
correspondido. Eso naturalmente sería válido –somos humanos, pero la
retribución no depende del que ama. Cuando hay distancia, o no correspondencia
equivalente, puede surgir el deseo y la necesidad posesiva, el ‘apego’, y uno
puede experimentarlo como sufrimiento. Entonces si uno no suelta ese deseo
posesivo, sufre. Pero si lo soltase, sólo quedaría la felicidad misma del amar,
y entonces sería posible la fiesta del amor.
El amor
es una forma de vía unitiva, un Yoga –que es integración. Contribuye a
acercarse a la Sabiduría, ayudándonos a darnos cuenta de que nada está
separado, que todo es interdependiente, a la vez que sin existencia autónoma.
Lo Absoluto es indistinto de lo relativo, no están separados, no son dos, son
un continuo íntimamente unido. Amar es un estado de la mente, unitivo, que
busca la integración con el mundo en vez de estar separado de él.
El amor puede sacar lo mejor de uno, que entonces se manifiesta como alegría, comodidad, dicha. Entonces amar es tener el corazón feliz y en expansión, sintiendo felicidad, es como tener una bella canción dentro de uno, y sentir una fusión cálida por dentro, un ‘derretirse’ internamente, con la belleza en los ojos y la irradiación de una sonrisa en todo el cuerpo.
El amor puede sacar lo mejor de uno, que entonces se manifiesta como alegría, comodidad, dicha. Entonces amar es tener el corazón feliz y en expansión, sintiendo felicidad, es como tener una bella canción dentro de uno, y sentir una fusión cálida por dentro, un ‘derretirse’ internamente, con la belleza en los ojos y la irradiación de una sonrisa en todo el cuerpo.
Pero
en las relaciones, sobre todo las de pareja –aunque también puede ser entre
padres e hijos o aún entre amistades, por lo general perseguimos tan sólo la
felicidad relativa, limitada a amar personas o circunstancias que creemos fijas
pero que siempre están cambiando, y que cuando cambian o terminan, sufrimos. Y
es allí donde surge el apego, queremos
un imposible, que lo que cambia no cambie, y cuando nos enfocamos en el apego y
lo alimentamos, olvidamos encontrarnos con la felicidad que ya tenemos ‘dentro’,
que es absoluta, para poder disfrutarla uno mismo primero, y luego poder ofrecerla
y compartirla con el otro. Ofrecer lo mejor de uno, dejando en suspenso –en lo
posible– la sombra. Lo olvidamos y entonces nos encontramos con aparentes
paredes y obstáculos, y no estamos preparados para sortearlos.
¿Cómo
nos preparamos? Observándonos y conociéndonos, aprendiendo a relajarnos, a
soltar las resistencias y a abrirnos a todo, inclusive al dolor, y sobre todo
al otro, tal como es. La meditación nos puede apoyar en ese proceso. Podríamos entonces
usar la dicha de las relaciones, aún las más relativas, para acceder a la felicidad
absoluta, y viceversa. ¿Por qué entonces no las integramos más en nuestras
vidas? ¿Cómo nos puede ayudar la meditación en esto?
Antes
de poder amar a otro, uno tendría que amarse a uno mismo, sin egoísmos. Una vez
que el ego puede amarse a sí mismo y tenerse una autoestima sin orgullo, y cada
vez con menos sombras, el ego ya no necesita reducirse a sí mismo y a su
soledad, excluyendo la intimidad, ni pensar que tiene que aislarse de la vida,
del amor y de la gente para no sufrir. Podría ir entonces más allá del ego,
hacia un amor y unas felicidades cada vez más absolutas.
Amar
es trascender los límites del ego. Es entregarse. Apegarse es estar centrado en
el yo, el ego limitado. Es desear poseer y controlar.
Nuestro
corazón ya está lleno y abierto para la dicha, para el amor, lo que sucede
muchas veces es que hay obstrucciones que nos impiden acceder y conocer a esa
apertura, la cual permanece ignorada. El sufrimiento sucede porque nos atamos a
algo que quisiéramos que sea permanente pero que en realidad cambia. Pensamos que
una persona aparentemente no cambia nunca, lo cual es una construcción irreal,
ya que todo cambia, nada es absolutamente real en sí mismo. Cuando hay
sufrimiento en el amor es que hay apego, de otro modo sería sólo felicidad.
A veces
lo que más queremos que nos dé la persona, es lo que más difícil le resulta a
ella darnos. Quizás no pueda. Hay que ver más bien dónde está bloqueado uno, en
vez de centrarse en lo que se quiere del otro. Y uno mismo deberá observar que
será lo que el otro quiere de nosotros, y hacer un acto intencional de dárselo.
Y no hacerlo sólo porque seamos buenos o querramos serlo, sino porque así nos
ponemos a nosotros mismos en una situación límite, y así podremos trabajar con
nuestros miedos. Y mientras damos, y mientras nos abrimos paso a través de los
obstáculos que nos impiden dar, nos curamos de heridas anteriores, nos curamos
del miedo, y quizás ayudemos al otro a hacer lo mismo. Así el dar llegará a ser
natural, y no fruto de sólo una intención o fabricación fruto de una mera
proyección.
La
proyección es algo que sucede normalmente en el amor, y debe ser reconocida
como tal. El enamorado proyecta lo que construye sobre la otra persona,
atribuyéndole muchas virtudes, quizás creyéndola más perfecta de lo que es. Sin
embargo uno no se enamora de todas las personas, la persona es escogida por
afinidad, porque es un buen depositario de esa proyección. Lo que debe tenerse
cuidado es que no surja el apego a lo que se cree perfecto, y que cuando surjan
des-ilusiones durante el trato y la relación, se trabajen con madurez para ver
y aceptar las cosas como son, adaptándose al cambio de perspectiva más
imperfecta, recordando que somos humanos, pero con posibilidades ilimitadas. Y
sin tratar de que el otro cambie para que encaje en nuestra idea, más bien
acompañándolo amorosamente en el desarrollo de sus potencialidades.
En
las relaciones hay que tener mucho cuidado con nuestra tendencia a criticar y a
juzgar a la otra persona. Detrás de eso está comúnmente el miedo al caos y a
perder el control. Entonces en las relaciones ya no debe tratarse de nuestra
necesidad de criticar y juzgar al otro, sino de resolver el problema propio que
uno no veía en uno mismo. Quitarnos la incomodidad no es la tarea del otro,
sino de uno mismo. Y cuando ya lo hemos trabajado y logrado aunque sea en
pequeña medida, queda una espaciosidad, una libertad, una plenitud, y quizás la
otra persona lo perciba y quiera hacer su parte. Pero eso no depende de
nosotros.
En el apego uno se aferra a algo
que está cambiando. Uno tiende a querer al otro por lo que hace por ti –incluso
hacerte sentir bien, pero entonces no se ama al otro por lo que es. Creer que
la felicidad real depende de alguien o algo es estar muy confundido e incluso
condenado al sufrimiento, lo cual genera aún más confusión y más sufrimiento.
El amar puede ser una experiencia
espiritual. Podemos vivir perfectamente un amor con toda su felicidad e incluso
su carga emocional, siempre que no nos dejemos arrastrar hacia el apego. El apego es doloroso,
el soltar el control es liberador –hay menos expectativas. Descubrir en la
experiencia meditativa que no te falta nada es un alivio, y entonces si surge
el amor será algo hermoso, sin necesidad de que se convierta en un apego. Si
hay apego es que uno se ha distraído y ha vuelto a olvidar que ya somos
poseedores de todo el potencial de felicidad absoluta, y se vuelve a creer que
la felicidad depende de las relaciones cambiantes. Se pierde la dicha y se gana
el sufrimiento.
En el amor y las relaciones no hay que
tratar de conseguir lo que uno quiere, sino de tratar de hacer a la otra
persona feliz. Y eso es lo que surge cuando el miedo ya no lo impide.