Matthieu
Ricard, quien aparece en la foto con sensores colocados sobre su cabeza para
medir el funcionamiento de su cerebro y su estado de
felicidad: resultó calificado como "el hombre más feliz del mundo".
"Una felicidad absoluta, como si estuvieses lleno de un fragmento luminoso de sol, y te calentara hasta lo más profundo de tu ser, y disparara una lluvia de rayos en cada parcela de ti"
La felicidad es un estado adquirido de plenitud subyacente que ya existe en cada instante y que perdura a lo largo de las inevitables vicisitudes de la vida.
Corresponde a lo que se designa en idioma sánscrito como sukha, un estado de bienestar que nace de una mente excepcionalmente sana y serena.
Es una cualidad que sostiene e impregna cada experiencia, cada comportamiento, que abarca y compensa todas las alegrías y todos los pesares, una felicidad tan profunda que nada puede alterarla, como esas extensiones de aguas profundas en calma, debajo de las olas superficiales de las tormentas.
Es un estado de sabiduría, liberada de los venenos mentales de la ignorancia, el apego y la cólera. Es un estado de conocimiento, libre de la ceguera sobre la verdadera naturaleza de las cosas.
La palabra bienestar podría ser un equivalente, pero ésta ha ido perdiendo sentido hasta designar más que nada un confort exterior y un sentimiento de satisfacción bastante superficiales y pasajeros.
Otra palabra equivalente, en idioma sánscrito es ananda, que más que alegría quiere significar como un resplandor que ilumina de dicha y alegría el instante presente, y se perpetúa en el instante siguiente hasta formar un continuo que podríamos llamar ‘alegría de vivir’.
Sukha, la felicidad o comodidad, está estrechamente vinculada a la comprensión de la manera en que funciona nuestra mente. Depende de nuestra forma de interpretar el mundo. Es entonces una visión del mundo. Es difícil cambiar el mundo en sí, en cambio es posible transformar la manera de percibirlo.
Quien experimenta la paz interior no se siente ni destrozado por el fracaso, ni embriagado por el éxito. Tal persona sabe vivir plenamente esas experiencias en el contexto de una serenidad profunda y vasta, consciente de que tanto la pérdida como la ganancia es efímera, y de que no existe ningún motivo razonable para aferrarse a ellas.
Quien experimente la paz no se deja arrastrar por el decaimiento cuando las cosas toman un mal giro, y más bien está mejor preparado para hacer frente a la adversidad. Cuando surge la depresión no se hunde en ella, pues la felicidad reposa sobre sólidos cimientos.
Se da una disminución de la vulnerabilidad ante las circunstancias, sean buenas o malas. Una fortaleza altruista y tranquila reemplaza en tales casos la sensación de inseguridad o pesimismo que aflige a tantas personas.
A veces la violencia exterior sufrida por algunas personas crea en sus corazones una prisión de odio, llenándolas de cólera y resentimiento, aunque felizmente existe la posibilidad de encontrar sus llaves y de liberarse encontrando la paz interior.
Después de todo, la paz interior ya reside dentro de nosotros, ocultada por las impresiones psicológicas que han dejado las experiencias que hemos sufrido o las acciones que hemos llevado a cabo. De lo único que se trata es de dejar de ahogar esta paz interior con tanta preocupación estéril, y de ver como se diluyen ante las experiencias de paz profunda que se viven en la meditación.
Se trata entonces de manejar las emociones negativas por la meditación para evitar que obscurezcan la natural luminosidad de la mente.
La mente es como el cielo, como un diamante claro y translúcido, pero que sólo parece obscurecerse por las emociones pasajeras de la depresión, el apego, la cólera o el miedo. La meditación disipa esas nubes.
Un prisionero que vivió veinticinco años condenado en una cárcel, cuenta que las celdas estaban superpobladas, hacia un calor increíble, y había mucho ruido, violencia y anarquía las veinticuatro horas. Allí empezó a meditar en la parte de arriba de una litera de una pequeña celda sin ventanas, aunque la transpiración le chorreaba por la frente y le entraba a los ojos. “Al principio fue muy difícil, pero perseveré”. Al cabo de ocho años de encierro en esas condiciones atestigua su convencimiento de “la verdad de la práctica espiritual, unida a la fuerza de la compasión, y de la ausencia de realidad intrínseca del yo y de sus limitadas experiencias. Es indiscutible, no es una simple idea romántica, es mi experiencia”.
Este prisionero continúa relatando: "Desde esos días he sentido con frecuencia una inmensa libertad y una gran alegría, aún estando en prisión. Algo que trasciende todas las circunstancias, porque no viene de afuera, ya que aquí no hay nada que pueda alimentarla. Esa alegría ha hecho nacer una confianza renovada en mi práctica: He experimentado algo indestructible ante el espectáculo del sufrimiento y la depresión que superan todo lo que normalmente se puede soportar.
La felicidad depende ante todo del estado interior. Si no fuese verdad, esa plenitud serena sería inconcebible en semejante situación.
La felicidad es ante todo el placer de vivir. El malestar, igual que el bienestar, es un estado interior, y ninguno de ellos tiene que depender de las limitaciones exteriores.
Cambiar la visión del mundo no implica un optimismo ingenuo, ni tampoco una euforia artificial construida para compensar la adversidad. No es taparse los ojos ante los sufrimientos e imperfecciones del mundo.
La felicidad es ante todo lo que queda cuando se ha eliminado de toxinas mentales del odio, el miedo, la obsesión o apego, que envenenan literalmente la mente. Y eso es lo que pretende la meditación. Ni más ni menos.
Adaptado y editado de “En Defensa de la Felicidad”, de Matthieu Ricard, quien aparece en la foto con sensores colocados sobre su cabeza para efectuar mediciones del funcionamiento de su cerebro y asi medir su estado de felicidad: resultó calificado como "el hombre más feliz del mundo".