“Cuando la luz abarca todo el cielo,
toda la mente,
es la manifestacion de la unión
con la
plenitud en su totalidad”
Dr. Onorio Ferrero
La Meditación, con la práctica, nos libera de nuestros enredos habituales en pequeñas
historias y planes, conflictos, preocupaciones, que
nos dan un pequeño sentido de nosotros mismos. La meditación nos hace descansar
en la consciencia abierta y pura, que es vasta y despejada como el cielo.
En la meditación simplemente observamos en silencio las condiciones cambiantes de
la mente, el placer y el
dolor, la alabanza y la culpa, la letanía de ideas, problemas y expectativas que
se plantean. Pero no nos
perturban.
Sin identificarse con eso, podemos descansar en la propia conciencia, más allá de las condiciones, en la experiencia llamada en la meditación birmana jai pongsai, nuestra ligereza natural del corazón, la sensación
de una mente y un corazón liviano y descansado. El desarrollo de esta
capacidad de descansar en la consciencia, nutre nuestra
atención y concentración, lo que estabiliza y clarifica la mente, y desarrolla la sabiduría prajna, que es la facultad de ver las cosas tal como
son.
Esto funciona desde el principio de la práctica. Cuando nos sentamos a meditar, la mejor estrategia es observar simplemente cualquier
estado de nuestro cuerpo, y dejar que la mente esté presente y
relajada en eso, sin elaboración mental. Para sentar las bases de la atención plena, el Buda instruye a sus seguidores en “observar si el cuerpo y la mente se
distrae o es estable,
si se está enojado o en paz, excitado o preocupado, contraído o suelto, reducido o unido a la plenitud”.
Observando la mente tal como es, se hacen unas cuantas
respiraciones profundas y relajadas, y se descubre que hay espacio para cualquier
situación con la que nos encontremos, aún con la adversidad.
A partir de esta
aceptación, podemos aprender a utilizar el poder transformador de la atención
de una manera flexible y maleable. La atención inteligente puede funcionar como
una lente de acercamiento, como un zoom. En nuestra práctica
diaria usamos la intensificación de nuestra atención. Una esmerada atención a
la respiración o la sensación, al sentimiento o pensamiento, o al
movimiento preciso del cuerpo.
Con el tiempo
podemos llegar a estar tan absortos que sujeto y objeto desaparecen. Nos
convertimos en la respiración, nos convertimos en el hormigueo en el pie, nos
convertimos en la tristeza o la alegría. En esto nos sentimos nosotros mismos
naciendo con cada respiración, cada experiencia. El enganche doloroso se
disuelve; nuestros problemas y miedos no nos perturban.
Nuestra experiencia del
mundo se revela a sí misma como pasajera y tranquila,
inasible y libre. Nace la sabiduría.
Traducido, adaptado
y editado de “Una Mente como el Cielo: Atención Sabia, Consciencia Abierta”, de Jack Kornfield