Por Andrew
Olendzki
Publicado en la revista budista Tricycle, invierno de 2016
Aprendí a
meditar cuando tenía 8 años, aunque no lo sabía en ese momento. Yo estaba
acosado por terribles dolores de cabeza, y los médicos no sabían su causa. En
retrospectiva, creo que era el pegamento –fui un ávido armador de modelos en
miniatura-, pero si esa fuera la causa o no, el resultado fue que me encontraba
solo en mi habitación confrontado por un dolor que no disminuía ni con Aspirina
ni otros analgésicos. Lo que aprendí fue cómo tratar el dolor experimentalmente.
Me acostaba
en mi cama en la oscuridad y en silencio (el menor sonido o señal de luz era
mortal), a menudo con una almohada sobre mi cabeza. Recuerdo la sensación de
intentar huir, y el pánico cercano que surgía cuando descubría que no había
dónde correr ni dónde esconderme. Mi única opción era volverme hacia el dolor y
enfrentarme a la experiencia, buscando más y más de cerca sus detalles. Me di
cuenta de que a medida que me acercaba a él, el dolor tomaba una textura
variable. Algunas partes de él eran agudas, algunas partes eran aburridas.
También me di cuenta de que cuando lo observaba lo suficientemente de cerca,
pulsaba con el ritmo del latido de mi corazón. Al principio temía el golpear de la
sangre en mi cabeza, porque cada oleada traía consigo una oleada de dolor.
Pero
entonces me di cuenta de que debido a que estaba pulsando, el dolor disminuía
en la parte posterior del golpe, y que entre los puntos altos había momentos de
incomodidad menos intensa. Lentamente aprendí a habitar en esos espacios, y a
dar mi mayor atención a los momentos o casos de menor dolor. Concentrándome en
ellos, descubrí que las oleadas intermedias eran menos invasivas, y que poco a
poco estaba aprendiendo a "saltármelas" y establecerme en las áreas
más suaves. A medida que el enfoque de mi atención se hacía aún más agudo,
experimentaba un solo momento, en realidad sólo un breve instante, en el cual no
había ningún dolor en absoluto. En cierto punto del ciclo, había como una pequeña
parada antes de que todo volviera a correr de nuevo.
Ese estrecho
punto de alivio era tan convincente que trataba de volverlo a ubicar, volver a
él una y otra vez, y concentrar mi atención cada vez más precisamente en el
lugar tranquilo y dulce donde no había dolor. Estaba allí, aunque a menudo era
difícil de encontrar. Después de un tiempo me encontraba capaz de descansar
allí por períodos de tiempo cada vez más largos. Era casi como si con mi mente
estuviera abriendo un lugar de refugio en medio de la tormenta. Eventualmente
ese momento mágico venía cuando incluso la parte pulsante (antes dolorosa) del
golpe estaba ahora libre de dolor. Esto sucedía de vez en cuando al principio,
luego otra vez un poco más tarde, y entonces se daban dos o incluso tres
latidos del corazón sin dolor. Y eventualmente llegaría un tiempo, generalmente
unos 20 minutos después de que comenzaba, cuando me quedaba allí en absoluta
felicidad, sintiendo la bendición de no más dolor. El dolor de cabeza había
desaparecido por completo.
Años más
tarde en la universidad, en un encuentro con las enseñanzas de Chuang Tzu que me
cambió la vida, encontré una buena explicación de todo esto en la historia del
cocinero Ting. Él cortaba un buey para el
señor Wen-hui, quien estaba impresionado con el alto nivel de habilidad del
cocinero, y le preguntó cuál era su secreto. El cocinero Ting explica que un
buen cocinero cambia su cuchillo una vez al año, porque corta mucho con él. Un
cocinero mediocre cambia su cuchillo una vez al mes, porque él machetea.
Sosteniendo su propio cuchillo, le dijo que lo ha tenido durante 19 años sin
afilarlo. Luego dice (en la traducción de Burton Watson): “Hay espacios entre
las articulaciones, y la hoja del cuchillo no tiene espesor. Si inserta lo que
no tiene espesor en esos espacios, entonces hay mucho espacio”.
Poco
después, cuando descubrí la meditación budista, la sentí muy familiar, y
recordé las palabras de Chuang Tzu y cómo parecían tan apropiadamente describir
mi experiencia cuando niño. Creo que la consciencia no tiene grosor y por lo tanto puede ser insertada entre
los objetos de la mente para encontrar espacios con suficiente espacio.
Gran parte
del tiempo nuestra mente
es como gruesa, espesa, llena con pensamientos y emociones y contenido
cognitivo, pero cuando se centra en la respiración o en algún otro objeto se
estrecha, se pone más afilada, nítida y precisa, y es cada vez más capaz de
llegar a ser consciente de la delgada franja (o ‘tajada’) de Experiencia que se
presenta en el momento presente. A medida que la atención corta a través de ese
momento, una y otra vez con cada latido del corazón, la consciencia se desliza
sin esfuerzo entre los artefactos de nuestra mente para encontrar el espacio
vacío del simplemente conocer. No le deseo a nadie mi propio camino con
el cual descubrí esto, pero le recomendaría de todo corazón la paz que se
encuentra allí.
Andrew Olendzki, Ph.D., es un erudito del
idioma Pali que se formó en Estudios Budistas en la Universidad de Lancaster en
Inglaterra, así como en Harvard y en la Universidad de Sri Lanka. Ex director
ejecutivo de la Insight Meditation Society, y actualmente es director ejecutivo
del Barre Center for Buddhist Studies (USA). Es autor de Unlimiting Mind: The
Radical Experiential Psychology of Buddhism (Publicaciones de la Sabiduría,
2010)