La
costumbre de armar el nacimiento procede del arte sagrado y esta celebración tradicional de la Natividad
es una síntesis teológica que expresa un rico simbolismo, y se usa desde muy
antiguo en las Iglesias cristianas, especialmente de Oriente, introduciéndonos
en un misterio que va más allá de lo humano.
El
icono de Navidad está centrado no solamente sobre el pesebre sino en la gruta
en la montaña, en la caverna rocosa, y donde el Niño está acostado en el
pesebre. El simbolismo de la gruta o caverna representa el vínculo que hay entre
la imagen de la caverna y el simbolismo del corazón. En todas las tradiciones
religiosas el corazón del ser humano es asimilado a la caverna, pues se
considera que el corazón es el centro del ser, así como la montaña y su caverna
representa el centro del mundo. Es la analogía universal entre macrocosmos y microcosmos.
En el
orden microcósmico el corazón es el centro, no solamente físico sino sutil y
espiritual del hombre, el lugar donde el ser humano reencuentra lo Divino. Por ejemplo en un texto
de la India llamado Katha Upanishad
está escrito lo siguiente: ‘Debes saber
que este fuego, Agni, que es el fundamento del mundo eterno, y por el cual este
debe ser alcanzado, está oculto en la caverna del corazón.
La escena
de la Natividad significa en el plano macrocósmico el nacimiento del Verbo, el
Ser, la Plenitud en el mundo, y en el plano microcósmico el mismo nacimiento en
el corazón del ser humano, que es el “lugar” del “segundo nacimiento”. El corazón
humano deviene la gruta de la natividad a fin de transformar todo su ser.
La
montaña, en el seno de la cual se abre la gruta, está dirigiendo la punta de su
forma triangular hacia el cielo, y simboliza la Creación en su movimiento ascendente
hacia la luz celeste, como un movimiento de retorno a lo trascendente. Y a ella
desciende la Luz. Es la “montaña que Dios se ha
dignado elegir para su estancia”. Sal. 67 (68) 17,4.
El
Niño-Dios está en la caverna que representa el mundo terrestre, donde el eje
luminoso del rayo de la estrella que está más allá del mundo desciende a lo
largo de la montaña, para horadar las paredes del corazón-caverna, e iluminarla.
Es una poderosa síntesis del misterio de la Encarnación.
La gruta de Belén oscura es el símbolo de
las tinieblas que se cernían sobre la tierra antes de la venida de Cristo. “El
mundo que andaba en tinieblas vio una gran luz” –dice la profecía. Son las
tinieblas de las pasiones, sufrimientos u obscurecimientos de la mente, cuando
está agitada y confundida. La clara luz de la consciencia disipa las tinieblas
del error.
En la parte superior del icono se representa una
nube. “En el momento del nacimiento, la nube que recubría la cueva, se disipó y
apareció una gran luz, que la vista no era capaz de mantener. Luego esa luz
decreció lentamente y apareció el Niño”. Protoevangelio de Santiago 19,2.
La luz
de la estrella es el descenso del Verbo Divino hacia el centro oscuro de la
Naturaleza a fin de iluminarla. Por esta razón, un elemento esencial del icono
de Navidad es la estrella. Et lux in
tenebris lucet: “La Luz brilla en las tinieblas” dice el evangelio de San
Juan. El Verbo se proyecta hacia la Creación entera, penetrándola,
involucrándose Él mismo en lo más profundo de la materia para que en todas las
cosas y en todos los seres brille de nuevo la Luz del Verbo, que es también la Vida
Eterna, según nos dice San Juan evangelista. La Clara Luz disuelve los
obscurecimientos de la mente.
La estrella es
la culminación de la profecía de Isaías: “ Levántate y resplandece, pues ha
llegado tu luz, y la gloria del Señor
amanece sobre ti, mientras la oscuridad envuelve la tierra y las
tinieblas los pueblos, sobre ti viene la aurora del Señor...” Is. 60, 1-4.
“Dios se ha
manifestado naciendo, la Palabra toma espesor, lo invisible se deja ver, lo
intangible se hace palpable, lo intemporal entra en el tiempo, el Hijo de Dios
se convierte en Hijo del Hombre” (Gregorio Nacianceno. Sermón 38). La Plenitud,
como fuente de todas las potencialidades, se manifiesta en el corazón obscurecido
del ser humano, para iluminarlo.
La gruta oscura es el símbolo del mal y
las fajas del Niño son como las fajas mortuorias de donde saldrá el Resucitado.
En lo alto, un rayo de luz, uno como Dios es uno, sale de la estrella y se hace
triple, aludiendo evidentemente a la Trinidad.
Un personaje central en el icono es la
Madre de Dios. Está vuelta hacia nosotros y se diría que está “meditando en su
corazón”, el misterio de la salvación en el que ella, flor de la humanidad, nos
representa a todos con su consentimiento a la encarnación, por el que ha sido
hecha madre de todos. El cielo del fondo no es azul, sino dorado como la luz
divina. A la Navidad en Oriente se le llama “fiesta de la luz”.
María puede
mirar cara a cara a Dios sin taparse el rostro, pues Dios está bajo el velo de
la carne en Jesús. Dios se ha hecho Hombre. Dios se hace visible y accesible al
ser humano.
Los
ángeles representan el mundo celestial, en tanto que en la parte baja de la
montaña o sobre la tierra se ve a los seres humanos en la forma de pastores. El
buey representa las fuerzas benéficas y el asno las fuerzas contrarias, las que
se encuentran ambas en equilibrio en el mundo natural.
La
composición del cuadro reúne a los representantes de toda la escala de los
seres, repartidos entre el cielo y la tierra. El icono de Navidad constituye
así una poderosa síntesis teológica, una visión del mundo centrada en la Luz
que se hace humana, de la armonía esencial entre lo Alto, donde “la Gloria es
dada a Dios”, lo trascendente, y lo Bajo, donde la Paz nos es dada a los seres
humanos como una posibilidad real.
Gloria a Dios en el Cielo y Paz en la
tierra
a las
mujeres y hombres
de buena voluntad