domingo, 2 de diciembre de 2012

El NACIMIENTO, ICONO DE LA NAVIDAD E IMAGEN DE LO INVISIBLE





La costumbre de armar el nacimiento procede del arte sagrado y  esta celebración tradicional de la Natividad es una síntesis teológica que expresa un rico simbolismo, y se usa desde muy antiguo en las Iglesias cristianas, especialmente de Oriente, introduciéndonos en un misterio que va más allá de lo humano.

El icono de Navidad está centrado no solamente sobre el pesebre sino en la gruta en la montaña, en la caverna rocosa, y donde el Niño está acostado en el pesebre. El simbolismo de la gruta o caverna representa el vínculo que hay entre la imagen de la caverna y el simbolismo del corazón. En todas las tradiciones religiosas el corazón del ser humano es asimilado a la caverna, pues se considera que el corazón es el centro del ser, así como la montaña y su caverna representa el centro del mundo. Es la analogía universal entre macrocosmos y microcosmos.

En el orden microcósmico el corazón es el centro, no solamente físico sino sutil y espiritual del hombre, el lugar donde el ser humano  reencuentra lo Divino. Por ejemplo en un texto de la India llamado Katha Upanishad está escrito lo siguiente: ‘Debes saber que este fuego, Agni, que es el fundamento del mundo eterno, y por el cual este debe ser alcanzado, está oculto en la caverna del corazón.

La escena de la Natividad significa en el plano macrocósmico el nacimiento del Verbo, el Ser, la Plenitud en el mundo, y en el plano microcósmico el mismo nacimiento en el corazón del ser humano, que es el “lugar” del “segundo nacimiento”. El corazón humano deviene la gruta de la natividad a fin de transformar todo su ser.

          La montaña, en el seno de la cual se abre la gruta, está dirigiendo la punta de su forma triangular hacia el cielo, y simboliza la Creación en su movimiento ascendente hacia la luz celeste, como un movimiento de retorno a lo trascendente. Y a ella desciende la Luz. Es la “montaña que Dios se ha dignado elegir para su estancia”. Sal. 67 (68) 17,4.

El Niño-Dios está en la caverna que representa el mundo terrestre, donde el eje luminoso del rayo de la estrella que está más allá del mundo desciende a lo largo de la montaña, para horadar las paredes del corazón-caverna, e iluminarla. Es una poderosa síntesis del misterio de la Encarnación.

La gruta de Belén oscura es el símbolo de las tinieblas que se cernían sobre la tierra antes de la venida de Cristo. “El mundo que andaba en tinieblas vio una gran luz” –dice la profecía. Son las tinieblas de las pasiones, sufrimientos u obscurecimientos de la mente, cuando está agitada y confundida. La clara luz de la consciencia disipa las tinieblas del error.

En la parte superior del icono se representa una nube. “En el momento del nacimiento, la nube que recubría la cueva, se disipó y apareció una gran luz, que la vista no era capaz de mantener. Luego esa luz decreció lentamente y apareció el Niño”. Protoevangelio de Santiago 19,2.



          La nube evoca la presencia de Dios que puso en las tinieblas su escondrijo. Sal. 17, 12. La nube es de gran tradición y simbolismo en el Antiguo Testamento y siempre revela la presencia misteriosa de Dios. Es “La Nube del No Conocer” –del ir más allá del conocimiento ordinario, del anónimo místico inglés. De la nube o cielo abierto desciende un haz de luz hasta la tierra que se divide en tres rayos directos hacia el Niño: es la Unidad y Trinidad de Dios que se manifiesta como luz. Al mismo tiempo representa la estrella.
La luz de la estrella es el descenso del Verbo Divino hacia el centro oscuro de la Naturaleza a fin de iluminarla. Por esta razón, un elemento esencial del icono de Navidad es la estrella. Et lux in tenebris lucet: “La Luz brilla en las tinieblas” dice el evangelio de San Juan. El Verbo se proyecta hacia la Creación entera, penetrándola, involucrándose Él mismo en lo más profundo de la materia para que en todas las cosas y en todos los seres brille de nuevo la Luz del Verbo, que es también la Vida Eterna, según nos dice San Juan evangelista. La Clara Luz disuelve los obscurecimientos de la mente.

La estrella es la culminación de la profecía de Isaías: “ Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria del Señor  amanece sobre ti, mientras la oscuridad envuelve la tierra y las tinieblas los pueblos, sobre ti viene la aurora del Señor...” Is. 60, 1-4.

“Dios se ha manifestado naciendo, la Palabra toma espesor, lo invisible se deja ver, lo intangible se hace palpable, lo intemporal entra en el tiempo, el Hijo de Dios se convierte en Hijo del Hombre” (Gregorio Nacianceno. Sermón 38). La Plenitud, como fuente de todas las potencialidades, se manifiesta en el corazón obscurecido del ser humano, para iluminarlo.

La gruta oscura es el símbolo del mal y las fajas del Niño son como las fajas mortuorias de donde saldrá el Resucitado. En lo alto, un rayo de luz, uno como Dios es uno, sale de la estrella y se hace triple, aludiendo evidentemente a la Trinidad.

Un personaje central en el icono es la Madre de Dios. Está vuelta hacia nosotros y se diría que está “meditando en su corazón”, el misterio de la salvación en el que ella, flor de la humanidad, nos representa a todos con su consentimiento a la encarnación, por el que ha sido hecha madre de todos. El cielo del fondo no es azul, sino dorado como la luz divina. A la Navidad en Oriente se le llama “fiesta de la luz”.

María puede mirar cara a cara a Dios sin taparse el rostro, pues Dios está bajo el velo de la carne en Jesús. Dios se ha hecho Hombre. Dios se hace visible y accesible al ser humano. 

          Los ángeles representan el mundo celestial, en tanto que en la parte baja de la montaña o sobre la tierra se ve a los seres humanos en la forma de pastores. El buey representa las fuerzas benéficas y el asno las fuerzas contrarias, las que se encuentran ambas en equilibrio en el mundo natural.

La composición del cuadro reúne a los representantes de toda la escala de los seres, repartidos entre el cielo y la tierra. El icono de Navidad constituye así una poderosa síntesis teológica, una visión del mundo centrada en la Luz que se hace humana, de la armonía esencial entre lo Alto, donde “la Gloria es dada a Dios”, lo trascendente, y lo Bajo, donde la Paz nos es dada a los seres humanos como una posibilidad real.

Gloria a Dios en el Cielo y Paz en la tierra
 a las mujeres y hombres 
de buena voluntad