jueves, 20 de mayo de 2010

El problema de ser perfecto

De “La Sabiduría de la imperfección”, por Rob Preece, psicoterapeuta y profesor de meditación.

"No siempre es fácil darse cuenta en qué momento nuestros esfuerzos espirituales se tiñen con nuestros asuntos psicológicos no sanados.
Aunque el auto perfeccionamiento pueda sonar razonable como aspecto de la práctica budista, hay una advertencia de salud por hacer. La intención de auto mejoramiento puede traer consigo un obscurecimiento potencialmente no saludable, lo que Jung llamaba la Sombra, que es frecuentemente la sensación de carencia de valor en uno mismo, y la falta de auto aceptación. La necesidad de ser diferente y de vivir a la altura de un ideal puede carecer de una compasión esencial por uno mismo que nos permita ser quienes somos.
Suelo encontrar practicantes budistas en mi práctica como psicoterapeuta, cuyos puntos de vista sobre el camino espiritual parecen motivados por una intensa lucha por ser una mejor persona. Esta lucha está basada en una falta fundamental de auto aceptación. Su urgencia espiritual es nacida a menudo de un deseo de ser bueno, sensitivo, amoroso y sabio, y todo esto lleva un sentido de autoafirmación. Si se raspa un poco la superficie de esta corrección espiritual, descubriríamos profundas inseguridades, carencia de una sensación de valía, y falta de una sana auto aceptación. La resultante necesidad de afecto y aceptación es lo que los psicoterapeutas llaman la herida narcisista, y puede producir una especie de espiritualidad auto preocupada. Podemos intentar cubrir esta herida con un enchapado de bondad espiritual, pero esto no cura la raíz. Y a menudo se sentirá falta de autenticidad.
A veces debajo de una persona con gran dedicación a los otros hay una persona desesperadamente triste e infeliz. Raramente lo va a aceptar, porque hacerlo sería pensar en sí misma. Suprimir su propia necesidad o dolor interno es crucial para estas personas.
Soltar el imperativo de negarse a sí mismo a fin de llegar a ser aceptable no es tan fácil. A veces es como si uno se dejara vivir por un ideal fanático.
El ideal budista del bodhisattva compasivo que no está condicionado por su yo debe nacer de un sentido sano de auto valía y amor por sí mismo, para que no forme parte de nuestra patología.
El deseo de perfeccionarse y ser una mejor persona tiene, parece ser, un doble filo. El deseo de vivir de acuerdo a un alto ideal podría llegar a tener azarosas consecuencias. Lo que es inaceptable en uno se reprimirá dentro de la llamada Sombra. Cuando aprendemos a esconder e incluso a negar nuestros errores y defectos, esto puede llevar a una sensación de grandiosidad espiritual no consciente. Cultivar la bondad y la piedad podría llevar eventualmente a un individuo a verse a sí mismo como especial y espiritualmente dotado. Si esta manera de ser provoca admiración y aprobación, el auto engaño de la grandiosidad puede crecer, haciendo más y más duro el aceptar los defectos. Una vez más, rasca la superficie y encontrarás falta de compasión, una incapacidad de aceptación de quienes somos, con nuestras cualidades positivas y nuestras carencias.
En los años iniciales de búsqueda espiritual y de práctica budista es muy fácil confundir la diferencia entre un camino que busca llegar a ser perfecto, de uno que lleve a la comprensión de que todas las cosas, tal como son, son intrínsecamente perfectas. A pesar de la visión de la no dualidad que está en los cimientos del budismo, la búsqueda por la perfección puede parecer deslumbrantemente dualista, y ser central para el pensamiento de mucha gente. La comprensión budista de la vacuidad y no dualidad es que todo fenómeno relativo es contingente, y carente de una naturaleza independiente inherente. Intentar perfeccionar un estado relativo del ser es intentar convertir la verdad relativa en absoluta. Esta mirada falla en reconocer la comprensión esencial del budismo que sólo yendo más allá de tales distinciones de bueno y malo, perfecto e imperfecto, podemos descubrir la verdad última más allá de la dualidad. Como enseñó el Buda en el Sutra del Corazón, los fenómenos no son ni impuros ni libres de impurezas.
El idealismo que lleva al deseo o adicción por la perfección en el camino espiritual puede ser, psicológicamente hablando, muy dañino. El camino budista reconoce que es una locura el buscar la perfección en la vida. Todo lo que esta búsqueda hace es llevarnos al sufrimiento sin fin y a la insatisfacción. Como indicó Chogyam Trungpa, vamos dando vueltas, tratando de mejorarnos a través de la lucha, hasta que nos damos cuenta que la ambición de perfeccionarnos es ella misma el problema. La única vía a la perfección para el ego es finalmente de soltar y abandonar esta búsqueda, y permitir que se manifieste lo que ya es, reconociendo que nuestra innata naturaleza despierta e iluminada de buda está más allá de las cualidades de bueno y malo. Llegar a iluminarse no se trata de perfeccionar nuestro estado relativo, sino acerca de reconocer nuestra verdadera naturaleza.
En el corazón de nuestra lucha está nuestra herida fundamental, nuestra herida identidad de yo. Si pudiésemos enfrentar este problema podríamos alterar toda la base de nuestra vida. Cuando comenzamos a ver nuestra herida es tentador pensar que podríamos cambiar, que debemos hacerla diferente, de manera tal que pudiésemos vivir nuestras vidas de la manera que quisiésemos.
El miedo profundamente asentado, la vulnerabilidad –y la falta de aceptación de eso- pueden ser vistos erróneamente como los ingredientes que te hacen profundamente temeroso y no confortable con los otros, y se puede llegar a querer desesperadamente deshacerse de ello. Y eso puede llevarnos a seguir numerosas terapias para hallar la solución, sin darse cuenta que lo que pasa es que uno se siente inaceptable tal como es, y uno se hiere brutalmente por no ser capaz de estar con la gente sin una severa ansiedad.
La única manera de resolver esa lucha sería comenzar a abandonar la presión a la que nos sometemos para ser algo que no somos. En vez de forzarse a sí mismo a ser diferente, puede necesitarse el aceptar fundamentalmente la angustiada sensación de yo, y comenzar a crear una atmósfera que permita e incluso cuide el ser como se es.
Si se puede establecer una profundidad de aceptación que no juzgue y critique esta herida, habría una mayor comodidad dentro de sí, acerca de esta angustia. Es como si se necesitase establecer un ambiente interno que fuese como un padre amoroso y compasivo, que simplemente sostuviese su dolorosa identidad sin juicio. Esto llevaría a luchar menos dentro de sí. Esto llevaría gradualmente a luchar menos dentro de sí, no a través del tratar de cambiar, sino precisamente por cultivar un sentido creciente de compasión por sí mismo, y de aceptación de ser quien se es, como un todo, con fortalezas y debilidades. Esto puede ayudar a ampliar la capacidad de manejar situaciones sociales o individuales que previamente eran paralizantes.
Hay humildad, honestidad, y compasión en la capacidad de permitir nuestra falibilidad y nuestra fragilidad como seres humanos que sienten. Tratar de ser de otra manera puede ser como abrazar una especie de falso yo que sea una negación de nuestra capacidad de fallar. Esta compasión nos permite ser quienes somos, sin juicios destructivos y auto criticismo condenatorio.
Todo esto no quiere decir que no enfrentemos nuestras faltas y defectos, o nuestra Sombra, sino que la veamos con mucho más aceptación, más humor, y con una visión mucho menos densa, más liviana de uno mismo. Si podemos vivir abiertamente, más honestamente, podríamos relajarnos y estar más presentes.
Por ejemplo esta aceptación de si podría llevar a los practicantes budistas a estar más cómodos cuando estén con sus maestros, y por lo tanto más capaces de estar presentes. No se estaría pretendiendo ser algo que no se es.
Con la mayor auto aceptación y el mayor amor por si mismo también viene una disminución de la intensidad de la lucha, y una mayor capacidad de estar presentes, conscientes y auténticos en relación a donde estamos realmente en el camino espiritual.
Cuando se observa a los maestros espirituales de oriente, a menudo sorprende la aparente manera fluida, fácil y cómoda en que viven su práctica espiritual. A menudo responden a la intensidad y fervor de los practicantes espirituales con la expresión tibetana kale kale pe ro nang, que literalmente quiere decir ‘por favor anda despacio’. Lo que están diciendo es de tomarlo con calma, anda despacio y llegarás. Incluso parecen divertirse mucho por la ansiosa actitud que a veces se toma en la práctica, como si no pudieran comprender por qué tal motivación. Ellos no tienen la disposición emocional subyacente en sus psiques que les diga que no son lo suficientemente buenos. Eso no implica que no practicasen ni trabajasen duro, sino que dejan que las cosas sean, y no tienen la intensidad neurótica de luchar, que muchos de nosotros sufren en occidente.
Esta actitud más compasiva de auto aceptación más profunda nos permite practicar de manera mucho más liviana. Permite una sensación más profunda de comodidad con nosotros mismos, que influencia nuestra capacidad de sentarnos a meditar.
Cuando hay menos intensidad, la mente llega a estar más relajada, y por lo tanto capaz de aquietarse y abrirse a su innata espaciosidad y claridad."