domingo, 7 de octubre de 2012

AMOR Y APEGO EN LAS RELACIONES –DICHA Y SUFRIMIENTO


El Amor es una vía espiritual, y amar puede ser una experiencia espiritual, no solamente emocional, o física. Lo es cuando implica sobre todo una entrega, un altruismo, un no egoísmo, en vez de un deseo de  posesión o de ser correspondido. Eso naturalmente sería válido –somos humanos, pero la retribución no depende del que ama. Cuando hay distancia, o no correspondencia equivalente, puede surgir el deseo y la necesidad posesiva, el ‘apego’, y uno puede experimentarlo como sufrimiento. Entonces si uno no suelta ese deseo posesivo, sufre. Pero si lo soltase, sólo quedaría la felicidad misma del amar, y entonces sería posible la fiesta del amor.

El amor es una forma de vía unitiva, un Yoga –que es integración. Contribuye a acercarse a la Sabiduría, ayudándonos a darnos cuenta de que nada está separado, que todo es interdependiente, a la vez que sin existencia autónoma. Lo Absoluto es indistinto de lo relativo, no están separados, no son dos, son un continuo íntimamente unido. Amar es un estado de la mente, unitivo, que busca la integración con el mundo en vez de estar separado de él.

El amor puede sacar lo mejor de uno, que entonces se manifiesta como alegría, comodidad, dicha. Entonces amar es tener el corazón feliz y en expansión, sintiendo felicidad, es como tener una bella canción dentro de uno, y sentir una fusión cálida por dentro, un ‘derretirse’ internamente, con la belleza en los ojos y la irradiación de una sonrisa en todo el cuerpo.

Pero en las relaciones, sobre todo las de pareja –aunque también puede ser entre padres e hijos o aún entre amistades, por lo general perseguimos tan sólo la felicidad relativa, limitada a amar personas o circunstancias que creemos fijas pero que siempre están cambiando, y que cuando cambian o terminan, sufrimos. Y es allí  donde surge el apego, queremos un imposible, que lo que cambia no cambie, y cuando nos enfocamos en el apego y lo alimentamos, olvidamos encontrarnos con la felicidad que ya tenemos ‘dentro’, que es absoluta, para poder disfrutarla uno mismo primero, y luego poder ofrecerla y compartirla con el otro. Ofrecer lo mejor de uno, dejando en suspenso –en lo posible– la sombra. Lo olvidamos y entonces nos encontramos con aparentes paredes y obstáculos, y no estamos preparados para sortearlos.

¿Cómo nos preparamos? Observándonos y conociéndonos, aprendiendo a relajarnos, a soltar las resistencias y a abrirnos a todo, inclusive al dolor, y sobre todo al otro, tal como es. La meditación nos puede apoyar en ese proceso. Podríamos entonces usar la dicha de las relaciones, aún las más relativas, para acceder a la felicidad absoluta, y viceversa. ¿Por qué entonces no las integramos más en nuestras vidas? ¿Cómo nos puede ayudar la meditación en esto?

Antes de poder amar a otro, uno tendría que amarse a uno mismo, sin egoísmos. Una vez que el ego puede amarse a sí mismo y tenerse una autoestima sin orgullo, y cada vez con menos sombras, el ego ya no necesita reducirse a sí mismo y a su soledad, excluyendo la intimidad, ni pensar que tiene que aislarse de la vida, del amor y de la gente para no sufrir. Podría ir entonces más allá del ego, hacia un amor y unas felicidades cada vez más absolutas.

Amar es trascender los límites del ego. Es entregarse. Apegarse es estar centrado en el yo, el ego limitado. Es desear poseer y controlar.

Nuestro corazón ya está lleno y abierto para la dicha, para el amor, lo que sucede muchas veces es que hay obstrucciones que nos impiden acceder y conocer a esa apertura, la cual permanece ignorada. El sufrimiento sucede porque nos atamos a algo que quisiéramos que sea permanente pero que en realidad cambia. Pensamos que una persona aparentemente no cambia nunca, lo cual es una construcción irreal, ya que todo cambia, nada es absolutamente real en sí mismo. Cuando hay sufrimiento en el amor es que hay apego, de otro modo sería sólo felicidad.

A veces lo que más queremos que nos dé la persona, es lo que más difícil le resulta a ella darnos. Quizás no pueda. Hay que ver más bien dónde está bloqueado uno, en vez de centrarse en lo que se quiere del otro. Y uno mismo deberá observar que será lo que el otro quiere de nosotros, y hacer un acto intencional de dárselo. Y no hacerlo sólo porque seamos buenos o querramos serlo, sino porque así nos ponemos a nosotros mismos en una situación límite, y así podremos trabajar con nuestros miedos. Y mientras damos, y mientras nos abrimos paso a través de los obstáculos que nos impiden dar, nos curamos de heridas anteriores, nos curamos del miedo, y quizás ayudemos al otro a hacer lo mismo. Así el dar llegará a ser natural, y no fruto de sólo una intención o fabricación fruto de una mera proyección.

La proyección es algo que sucede normalmente en el amor, y debe ser reconocida como tal. El enamorado proyecta lo que construye sobre la otra persona, atribuyéndole muchas virtudes, quizás creyéndola más perfecta de lo que es. Sin embargo uno no se enamora de todas las personas, la persona es escogida por afinidad, porque es un buen depositario de esa proyección. Lo que debe tenerse cuidado es que no surja el apego a lo que se cree perfecto, y que cuando surjan des-ilusiones durante el trato y la relación, se trabajen con madurez para ver y aceptar las cosas como son, adaptándose al cambio de perspectiva más imperfecta, recordando que somos humanos, pero con posibilidades ilimitadas. Y sin tratar de que el otro cambie para que encaje en nuestra idea, más bien acompañándolo amorosamente en el desarrollo de sus potencialidades.

En las relaciones hay que tener mucho cuidado con nuestra tendencia a criticar y a juzgar a la otra persona. Detrás de eso está comúnmente el miedo al caos y a perder el control. Entonces en las relaciones ya no debe tratarse de nuestra necesidad de criticar y juzgar al otro, sino de resolver el problema propio que uno no veía en uno mismo. Quitarnos la incomodidad no es la tarea del otro, sino de uno mismo. Y cuando ya lo hemos trabajado y logrado aunque sea en pequeña medida, queda una espaciosidad, una libertad, una plenitud, y quizás la otra persona lo perciba y quiera hacer su parte. Pero eso no depende de nosotros.

En el apego uno se aferra a algo que está cambiando. Uno tiende a querer al otro por lo que hace por ti –incluso hacerte sentir bien, pero entonces no se ama al otro por lo que es. Creer que la felicidad real depende de alguien o algo es estar muy confundido e incluso condenado al sufrimiento, lo cual genera aún más confusión y más sufrimiento.

El amar puede ser una experiencia espiritual. Podemos vivir perfectamente un amor con toda su felicidad e incluso su carga emocional, siempre que no nos dejemos arrastrar hacia el apego. El apego es doloroso, el soltar el control es liberador –hay menos expectativas. Descubrir en la experiencia meditativa que no te falta nada es un alivio, y entonces si surge el amor será algo hermoso, sin necesidad de que se convierta en un apego. Si hay apego es que uno se ha distraído y ha vuelto a olvidar que ya somos poseedores de todo el potencial de felicidad absoluta, y se vuelve a creer que la felicidad depende de las relaciones cambiantes. Se pierde la dicha y se gana el sufrimiento.

En el amor y las relaciones no hay que tratar de conseguir lo que uno quiere, sino de tratar de hacer a la otra persona feliz. Y eso es lo que surge cuando el miedo ya no lo impide.