domingo, 6 de febrero de 2011

Yo –El cuerpo de dolor conceptual kármico

De una entrevista a Tenzin Wangyal Rinpoché, maestro tibetano bön budista, en la revista Buddhadharma, Otoño 2010 (la traducción, edición, adaptación, párrafos explicativos entre paréntesis, así como entrecomillados y cursivas, son nuestros).

No es que no haya un yo. Lo que no hay es un yo inherentemente existente.

[No inherentemente quiere decir que no existe por sí mismo, sólo existe porque es la sumatoria de una serie de factores que se van agregando, y al interactuar dan la impresión que en verdad hay un yo ‘real’, es decir que parece tener una realidad inherente, por sí mismo. Sólo parece tenerla, pero no la tiene. Esa realidad es lo que se está negando].

No nos damos cuenta de que nuestra existencia es relativa, porque nos experimentamos como existiendo sólidamente. Pero esa sensación de solidez, esa sensación de yo, es solamente el ‘cuerpo de dolor conceptual kármico’.

[El dolor es pues conceptual, las sensaciones de malestar obedecen a conceptos que hemos llegado a tener, debidos a experiencias pasadas y a la cultura –ensáyese de suspender el pensamiento conceptual y se verá que el dolor emocional se esfuma].
[El dolor emocional (imputado por los conceptos) es tan intenso (nos duele) que aturde, confunde, quita claridad, y entonces añadimos aún más conceptos, y así es como acabamos sufriendo].

El ego (o yo), básicamente es la mente que se imagina a sí misma y a sus historias como siendo algo real.

Este ego, este cuerpo de dolor, es en realidad una colección de experiencias que está constantemente cambiando, momento a momento.

Cuando experimentamos la naturaleza ilusoria de nuestro cuerpo de dolor, nos damos cuenta de la naturaleza tan sólo convencional del yo.

[Por eso se dice que el yo es ‘ilusorio’, es decir que aunque existe y se le siente, y se manifiesta ‘concretamente’, esto es sólo una percepción errónea, de creer que existe por sí mismo, cuando en realidad sólo existe porque es la sumatoria de una serie de factores que se van agregando, para dar la impresión que en verdad hay un yo ‘real’, es decir que parece tener una realidad inherente, por sí mismo].

Experimentar esto se llama el reconocimiento de la vacuidad.

[la ‘vacuidad’ es carecer o ‘estar vacío’ de un yo inherentemente existente, vacío en realidad cuando ya no somos engañados por nosotros mismos debido a la imputación de un yo fijo].

[El yo no existe por sí mismo sino por la suma cambiante de factores cambiantes. Cambian los factores, entonces cambia el resultado, es decir el yo es el resultado de la interacción de factores, por eso se dice que el yo no existe en sí mismo, entonces el yo no es un ente absoluto (no es ‘real’ en sí mismo), por eso es ‘ilusorio’].

Este reconocimiento nos hace libres de una mente que se aferra, que agarra, [que sufre, al apegarse o tener aversión, a causa de la ignorancia], que experimenta nuestro yo y nuestro mundo como sólido y fijo. Por ello debemos reconocer la naturaleza transitoria e ilusoria de todos los fenómenos, lo cual incluye al yo.
El yo que no existe es la manera en la cual la ignorancia ve las cosas, la manera en la cual la mente conceptual experimenta [sensorial-conceptualmente] el yo, ese es el yo que no existe.

[Por eso se dice que el yo es ‘ilusorio’].

Si nos damos cuenta de la naturaleza ilusoria de este yo, se corta la raíz de la ignorancia, que no es más que fallar en reconocer la verdad de la vacuidad, que consiste en el carecer (‘estar vacío’) de un yo inherentemente existente.

[No se trata del sentirse ‘vacío de sentido’, como se usa por lo general en occidente, ni la connotación depresiva que se le atribuye. Y sin embargo quizás la causa de ese ‘sentirse vacío de sentido’ obedezca a la intuición de que el yo está vacío de existencia inherente].

[El yo existe, pero no existe por sí mismo, existe porque él mismo se presta solidez o realidad aparente de otros factores que no son él mismo, y que a su vez tampoco son inherentemente existentes, porque también son el resultado de otros factores, y así sucesivamente, ad infinitum –a esto se le llama ‘surgimiento interdependiente’].

Este reconocimiento no es producto del pensamiento conceptual, sino que es una experiencia directa. [Esta experiencia es por lo general fruto de la meditación y contemplación].

Para ello es conveniente experimentar directamente la quietud del cuerpo, el silencio de la voz [o energía], y la espaciosidad de la mente. [Esto es conveniente que los practicantes lo lleguen a experimentar].

Este es nuestro refugio interior.

Este es el espacio curativo en el cual todo lo que produce el ego –los pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones¬– es libre de surgir, permanecer y luego disolverse [sin que nos dañe].

[Esa es la razón por la cual en el Dzogchén no se intenta eliminar o evitar los pensamientos o emociones, aunque parezcan dañinos o dolorosos, justamente porque si el yo se relaja, acaban disolviéndose sin dejar huella, sin un sufrimiento inherentemente existente, es decir que así como surgen por sí mismos –por el karma– después (o quizás casi simultáneamente, si no les damos fuerza intrínseca –muchas veces es sólo algo que les asignamos), entonces es que se liberan por sí mismos, se 'autoliberan]